Es muy común encontrarse con nuevos términos para referirse a la variedad de prácticas sexuales más allá de la orientación. Muchas veces la sigla LGBTI no alcanza a agrupar la amplia gama de preferencias, por lo que existen personas que optan por separar ambas realidades.
Somos testigos de cómo surgió un movimiento denominado “G0ys”, y que abarca a hombres que a pesar de sentir atracción sexual por otros hombres e incluso tener contacto íntimo con ellos, no se definen como homosexuales o bisexuales, pues no están de acuerdo con la “cultura” o con los estereotipos que éstos representan.
Sin embargo, el punto de conflicto en esta nueva terminología son los argumentos que este movimiento ha utilizado para describir el hecho de no practicar el coito anal, pues para los “G0ys” este tipo de práctica resulta un tanto denigrante, ya que la persona que “recibe” queda en un nivel inferior y termina siendo dominado por el sujeto que penetra, lo que a su juicio implica la pérdida de la “hombría”.
En este contexto, otra de las realidades que se ha vuelto muy popular en algunos sectores de la sociedad, es el denominado “Bud Sex” (Sexo entre compañeros), que explica la práctica de tener relaciones sexuales con hombres pero sin ser homosexual e involucrar sentimientos.
Si bien esta tendencia no es algo nuevo, pues el sexo entre hombres que no se definen como homosexuales ha estado presente en diversas sociedades a lo largo de la historia, últimamente ha llamado más la atención luego de una investigación llevada a cabo por Tony Silva, estudiante de doctorado en sociología de la Universidad de Oregón, Estados Unidos, en la que evaluó el comportamiento sexual de un grupo de hombres de raza blanca, provenientes de zonas rurales y profundamente conservadoras como Misuri, Illinois, Oregon, Washington, e Idaho.
Luego de entrevistarlos por varias horas, los sujetos estudiados se declararon heterosexuales, quienes en muchos casos eran casados y con hijos, pero admitían haber mantenido o mantener relaciones sexuales esporádicas con otros hombres sólo para satisfacer sus instintos más primarios.
Tras este análisis, fue que Silva acuñó el término “Bud Sex”, pues interpretó la información recogida de los participantes de su estudio como “una ayuda en secreto a un amigo“.
Otra de las conclusiones que llama la atención es que lejos de lo que se podría pensar, estos hombres que a lo largo de su vida alternan encuentros íntimos con hombres y mujeres, parecen no sufrir crisis de identidad sexual, ya que existirían una serie de factores que los diferencian de aquellos definidos como homosexuales o bisexuales.
Lo primero es que el “Bud Sex” es simplemente sexo, pues quienes lo practican no buscan alguna aproximación personal más allá, ya sea afecto o socialización. En esta misma línea, evitan cualquier atisbo de romanticismo, por lo tanto los besos, caricias e incluso mirarse a los ojos, está tácitamente prohibido.
La regularidad también es un factor, pues no existe una periodicidad para estos encuentros, sino que ocurren simplemente cuando les baja el deseo de volver a practicarlos, independiente de la persona de turno. El alcohol y las drogas también cumplen una función importante, pues varios entrevistados reconocieron que era más común cuando se encontraban bajo los efectos de alguna de estas sustancias.
Otra de las investigadoras que ha trabajado en este tema, es la profesora de género y sexualidad de la Universidad de California, Jane Ward, quien escribió el libro Not Gay: Sex Between Straight White Men (No Gay: sexo entre hombres blancos heterosexuales), luego de explorar varias subculturas en las que abunda el sexo entre hombres heterosexuales. No sólo analizó los espacios donde es más común este tipo de encuentros como cárceles, regimientos militares o fraternidades, sino que también ahondó en bandas de motoqueros y barrios conservadores.
Así, Ward determinó que estas prácticas han estado siempre presente a lo largo de la historia, y que se se le ha puesto énfasis simplemente porque la sexualidad masculina ha sido definida innumerables veces como algo ‘rígido’.
Por lo mismo, la investigadora sugiere que es hora de dejar de explicar o bautizar este tipo de prácticas, argumentando que la concepción de la sociedad respecto a la heterosexualidad masculina es poco realista y empática.
En este sentido, señala que todas estas ‘nuevas definiciones’ que han surgido para explicar el sexo entre hombres, independiente de su orientación sexual, parecen estar ligadas a postulados derivados de una visión machista y patriarcal.
Esto porque cuando las mujeres tienen encuentros íntimos con otras mujeres no siempre se pone el acento en su orientación sexual, pues incluso es una de las fantasías de hombres heterosexuales más validadas en nuestra cultura.
“Parece existir una idea de que las mujeres pueden tener estas experiencias sin ser vistas como gay, mientras que con los hombres pasa que, o son gay y simplemente no se dan cuenta, o no lo reconocen. Y no se trata sólo de una presunción social o de una ideología conservadora, pues ha habido muchas investigaciones sexológicas y psicológicas que sugieren que la sexualidad de los hombres es más rígida que la de las mujeres y que éstas son inherentemente más ‘libres’ sexualmente. Este mismo tipo de investigación resulta, al menos, interesante, porque si adoptamos esta creencia de que la sexualidad de las mujeres es más receptiva, más estimulable por agentes externos, y que tienen la capacidad de ser despertadas sexualmente por cualquier cosa, sólo estamos reforzando lo que por siglos se ha pensado de las mujeres, que es que siempre están sexualmente disponibles“, afirma.
Por otro lado, Silva postula que aquellos que practican el “Bud Sex” acostumbran a relacionarse con hombres de similares características, principalmente en cuanto a su comportamiento social, como una forma de reforzar su masculinidad, alejándose de aquellas conductas asociadas estereotipadamente a los homosexuales. Una de las más importantes es el rechazo a todo lo ‘femenino’.
Otros movimientos de diversidad sexual han catalogado este tipo de prácticas como una obsesión por diferenciar el sexo homosexual de las relaciones homoafectivas tradicionales. De hecho, para muchas personas que se identifican bajo el colectivo LGBTI, estos hombres no son más que “homosexuales homofóbicos”, que debido a las profundas tradiciones socioculturales deciden no asumir su ‘verdadera orientación sexual’.
Por último, aquellos más cercanos a la Teoría Queer, aquella que postula que la orientación sexual y la identidad sexual o de género son resultado de una construcción social, y que por ende no existen papeles sexuales esenciales o predeterminados biológicamente, ven en estas manifestaciones un ejemplo más de lo socialmente variable que son estos conceptos. Una de las que defiende estas ideas es la teórica y filósofa Judith Butler, quien postula que las relaciones sexuales son prácticas complejas que no están sujetas al género ni a otras etiquetas, sino que están en constante evolución conforme a los deseos de cada persona.
0 comentarios:
Publicar un comentario