Muchas cosas han cambiado a lo largo de estos veinte años, que nadie se lleve las manos a la cabeza, pero seguimos luchando por ser ciudadanos de primera. Como los demás. Como todos. Gracias a la televisión hemos conseguido una visibilidad que no podíamos ni imaginar. El colectivo LGTB –algunas letras más que otras– se cuela cada día en los hogares a través de la pantalla. Incluso en aquellos que se empeñan en negar nuestra existencia y cercenar nuestros derechos. Estamos ahí, quieran o no, y no nos vamos a marchar. Nos tienen en los programas que ven cada noche, en las series que comentan en el trabajo y en los realities que aseguran desconocer pero de los que no se pierden detalle. Hemos conseguido crear referentes, hacer más llevadera la existencia de varias generaciones y facilitarles el camino hacia la ansiada igualdad. Hemos roto tabúes, desterrado tópicos –al menos, lo hemos intentado– y generado debate. Y todo gracias a un mero electrodoméstico. Tampoco está mal.
Pensar que la televisión ha venido para llenar los huecos que han dejado las desastrosas reformas educativas es, además de una utopía, algo tremendamente pernicioso. No deja de ser una industria con altos beneficios e intereses alejados del bien común. Pero tampoco debemos escudarnos en esto para demonizar todo lo que sale de la pequeña pantalla. Encontrar oasis tan placenteros como First Dates, un programa de citas a ciegas donde una persona intersexual puede tener un encuentro con otra transexual y acabe, encima, batiendo récords de audiencia, nos devuelve un poco la esperanza. O comprobar cómo la homofobia no queda impune en realities y talent shows, formatos de gran calado entre el público más joven. Aunque, claro, ¿cómo llegan estos perfiles a los programas? ¿Cómo consiguen pasar los diversos tests y entrevistas que se realizan a los potenciales concursantes? ¿Acaso nadie se da cuenta de su latente homofobia? ¿Acaso no es más que un as en la manga para generar interés mediático? Ay, los afilados flecos del capitalismo...
Hace casi veinte años de aquel beso y parece que fue ayer. Las mariposas en el estómago, el torrente de hormonas, el cosquilleo ante la incertidumbre. Lo que te había negado la vida real te lo había dado la televisión. Un ejemplo al que aferrarte, un ancla para vencer el miedo. De repente, formabas parte de la ficción del momento. De repente, te sentías comprendido. De repente, aquel chico de la pantalla eras tú.
JOSÉ CONFUSO ES ESCRITOR, ARTICULISTA Y AUTOR DEL BLOG ELHOMBRECONFUSO.COM
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